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Las baterías biónicas de cobalto se activaron en el instante programado. Los terminales visuales se abrieron como el objetivo de una cámara Reflex. Un test de arranque activó la CPU y el chip emocional comenzó a enviar datos a través de millones de conexiones de fibra óptica. La respuesta apenas duró una millonésima de segundo.

La caja torácica se expandió y la boca emitió un gemido ahogado. El oxígeno comenzaba a inundar los pulmones artificiales y el corazón con sus válvulas de grafeno bombeó el líquido vital en todas direcciones. La luz se activó en la cápsula dejando entrever el skin, formato básico, que incluía el código AEN.

Con insospechada fortaleza el sistema articulado respondió. Primero apoyó una mano, y después hizo palanca para incorporarse. Los datos visuales le llegaban de forma intermitente, en un verde fósforo algo incómodo. Instintivamente se golpeó la cabeza y como un viejo televisor la imagen volvió a recuperar su colorido y nitidez. El nivel de oxígeno se hallaba en los umbrales de promedio aceptables. Las aletas de la nariz se expandieron y recogieron un volumen extra para analizar la composición, a lo que se sumó la percepción de un extraño recuerdo, como si algo se quemara en el fuego.

Era el primer recuerdo que le transmitía su memoria modular, un flashback que activaba su primer estado mental: la curiosidad. Recordaba verse en la cocina de casa, con el molde cubierto de una rica masa de bizcocho, a punto de entrar en el horno. A su lado como dos diablillos unos niños jugaban, uno era un marciano y la otra una princesa. Tuvo que pedirles que se apartasen mientras abría el horno precalentado. Se afanó en recoger parte de la vajilla y a limpiar la encimera de granito. Justo entonces, llamaron a la puerta, un “ding” y un “dong” recurrentes. Los niños corrieron a encaramarse al sofá de la ventana que daba al exterior de la entradita. Un hombre con un maletín parecía sostener una conducta indiferente.

El accidente ocurrió un lunes por la mañana, ella cruzaba un paso de peatones, cuando un conductor perdió el control de su vehículo, llevándosela por delante. A pesar de los intentos por salvar la vida de la mujer todo fue en vano. Meses más tarde el periódico local se hizo eco de la extraña profanación de su tumba, un hecho misterioso que jamás halló respuesta. Simple vandalismo, dedujo la policía que tras varios años, archivó el caso.

Las autoridades cofinanciaban un proyecto secreto de una compañía de biotecnología, en la que participaban algunas de las principales agencias de inteligencia asociadas. Las predicciones eran claras, según un estudio científico el punto de no retorno se hallaba cerca. Así que las pruebas en humanos debían comenzar cuanto antes, un código y un símbolo al azar debería identificar a los elegidos. Era un proyecto, que no debía demorarse más y no escatimar en medios.

Todo comenzó en la primavera de 2047, un extraño fenómeno conocido como ciclogénesis explosiva crónica comenzó a cubrir el planeta de un elevado grado de nubosidad. La espesura de la capa cerró las vías al sol, interrumpiendo los biorritmos y los ciclos naturales. La atmósfera quedó como estancada ocasionando un colapso total de la vida en la Tierra. La anarquía y el caos se adueñaron del planeta, y la extinción de la especie humana dejó de ser una vaga hipótesis para convertirse en una dramática certidumbre.

Ahora por fin podía encajar todas las piezas, la información fluía por sus circuitos de datos desde su memoria anexa, observaba en su interior las imágenes de como extirpaban su cerebro y su médula espinal almacenándolas en hidrógeno líquido. Pasados varios años, dichos órganos fueron ensamblados en un chasis de titanio, que albergaba la fisiología simulada de un organismo biomecánico. Finalmente, fue introducida en una cápsula en un estado de hibernación programado.

Los científicos estimaron que el cambio climático duraría un siglo hasta retornar a los índices preindustriales, tiempo en el cual las nubes se retirarían dejando paso a los primeros rayos de luz natural, a los primeros signos de vida. Y no habían errado en sus pronósticos más de unos pocos años. Desafortunadamente la vida había desaparecido y tan solo una serie de cyborgs comenzaban a abrir sus cápsulas en los laboratorios secretos del consorcio de biotecnología Criogenic System Co. Entre ellos estaba ella, Aurora Cyborg, antigua ama de casa, madre de dos niños, esposa fiel y abnegada, que ahora caminaba saludando torpemente a sus nuevos compañeros de viaje, a su nueva especie… Juntos abrieron las compuertas de la corporación y la imagen que observaron les hizo derramar sus primeras lágrimas.