¿Es el ser humano bueno por naturaleza?
La gran pregunta por el carácter del ser humano ha oscilado entre si este es bueno o malo por naturaleza. Es decir, que o se es bueno o se es malo, sin matices. A partir de ahí los teóricos se han afanado en sus bandos respectivos en enjuiciar la cuestión no sin importantes aportes aunque dejando una sensación de incompletitud en lo que atañe a esta cuestión.
Lo cierto es que el ser humano, por naturaleza, desde un enfoque de puro sentido común, tiene la capacidad de hacer tanto el bien como el mal. Ya que si solo pudiera hacer una de las dos cosas, sería un ser incompleto, una especie de personaje de otro mundo, que además no podría experimentar toda la vasta gama de sensaciones que acompañan en un sentido o en otro, a nuestros actos.
¿Existe el bien o el mal en sí?
La siguiente pregunta, aún más interesante y problemática a la vez, es si existe el mal en sí o el bien en sí. Es decir, existe algo universal que podemos considerar sin ningún atisbo de duda como malo, o de igual forma como bueno. Aquí las religiones han divagado hasta el extremo, un caso clásico es la imagen del demonio como encarnación del mal, y su antítesis como paladín del bien, encarnada en la acción benefactora de ángeles o santos.
De forma básica, lo que aquí se plantea, es la eterna discusión sobre si existe el bien y el mal como universales culturales o bien es posible contemplar la otra posibilidad, que bien y mal no sean más que consideraciones en función de a quién le toque juzgar, lo que nos llevaría a una especie de relativismo moral.
El relativismo moral
Es esta segunda posibilidad del relativismo moral, la que nos abre las puertas para desarrollar una hipótesis interesante. Esto es, frente a una moral de principios y valores fijos o inamovibles tendríamos una moral relativista, de principios y valores cambiantes. Bueno en realidad los principios podrían ser los mismos, lo que cambia es su interpretación o valoración. Sin duda, cualquiera puede sostener que la moral en sí misma siempre responde a un núcleo central de valores que representan una base inquebrantable. Esto es así, cuando contemplamos una moral en concreto, desde dentro, pero cuando observamos la gran cantidad de sistemas morales y de diferentes valores entre los mismos, hemos de convenir, que el mundo como interpretación moral de unos hechos, se complica.
La función de lo moral
¿Pero qué es la moral? Yo gusto en definirla como la base normativa para la convivencia, o más metafóricamente, como una especie de aviso para navegantes, un faro para el comportamiento. Y su razón de ser representa como un mapa con señales, que nos advierten que es lo bueno y que lo malo en el terreno del grupo social o sociedad. Así, esta normatividad cumple una función regulatoria de la conducta, no siempre de manera explícita, pero tiene la ventaja de que es compartida por una mayoría de sujetos dentro de un grupo social, que obedecen y al mismo tiempo defienden con su actitud la convivencia y la estabilidad, evitando que la cohesión del grupo se vea amenazada. Infringir o desafiar estas normas implica una reprobación social o medidas punitivas por parte de las autoridades o representantes de dicha moral que casi siempre son llevadas a cabo en nombre del grupo o sociedad dominante.
La flecha motivacional y la transvaloración cultural
La principal motivación de todo ser humano es evitar lo negativo o buscar lo positivo. Esto viene representado por una flecha que va del dolor al placer. Aunque existen individuos que experimentan lo negativo como el placer y lo positivo como el dolor, pero si nos fijamos bien, esta aparente contradicción no es tal, ya que se apoya en una base lógica, si atribuimos cierta interpretación subjetiva en la vinculación de unos valores que en el fondo son constantes, como es el caso de lo positivo y lo negativo. En parte, ahí radica la libertad del sujeto, en manifestar sus preferencias acerca de lo que se ha de asociar como positivo o negativo.
Yo lo compararía con la existencia de dos conjuntos: conjunto P (de positivo) y el conjunto N (de negativo). Pues bien, la configuración normal es asociar al conjunto positivo todo aquel elemento que nos genera beneficio, placer o que nos aleja del dolor, y la asociación al conjunto negativo serían los elementos responsables del displacer, del dolor o el castigo. Esto parte de una determinación natural, pero también podemos interpretar o elegir con cierta “libertad” este tipo de asociaciones.
Así, un kamikaze en la Segunda Guerra Mundial se lanza dando su vida contra un buque enemigo. Aparentemente estaría violando lo dicho hasta ahora, porque lo positivo para él sería seguir viviendo y poder volver algún día a abrazar a su familia, pero en cambio, opta por la vía del sacrificio sin que le espere nada positivo.
Este es un caso típico en que entran en juego la fuerza de los valores morales inculcados socialmente, sin duda la actitud del kamikaze antepone el honor, una muerte honorable, a una mínima posibilidad de evadir dicha muerte, que le desviaría de su deber y del honor de servir a su patria, a los ojos de su familia. En este caso, la elección sigue siendo lo positivo, solo que asociado a una muerte honorable, que lo convertirá en un héroe en su patria, ante los suyos.
Esta transvaloración del sacrificio del kamikaze nos muestra lo importante de la cultura y el universo simbólico a la hora de condicionar nuestras asociaciones. Hasta el punto, de que un argumento como el honor, puede desplazar a la mera intuición natural basada en el sí a la vida, permitiendo el atentado contra esta.
El gobierno de la necesidad
¿Qué provoca la acción? Toda acción busca satisfacer una necesidad. Por ejemplo: “la sed” impulsa a ir al grifo y abrirlo para beber agua. Esta es una motivación orgánica extraordinariamente simple, pero refleja muy bien como nuestra acción está condicionada en algunos casos por imperativos biológicos.
La siguiente cuestión que me formulo es hasta qué punto puede uno considerar un “sujeto agente” al individuo que realiza la acción, y no un “sujeto paciente” como determinado por la necesidad. Esto está íntimamente relacionado con la noción de libertad o de libre arbitrio, que explicaremos más adelante.
En nuestro ejemplo habría como dos estados en el sujeto, uno a priori, “la sed” en la que somos “sujetos pacientes” que padecemos una necesidad urgente, y otro estado a posteriori que vendría reflejado por nuestra conducta como “sujetos agentes” que por ejemplo, se levantan y realizan la acción de ir a por agua.
En general, siempre vemos la parte a posteriori de los seres humanos, actuando como agentes. Quedando invisibilizados o no del todo claros las motivaciones o las necesidades que motivan las acciones que quedan relegados al ámbito privado. En ese sentido, las necesidades biológicas generan comportamientos o conductas fácilmente inferibles, es fácil seguir el rastro hasta los elementos a priori que determinan un estado latente de necesidad o carencia de algo.
Obviamente, en ocasiones inferir las necesidades de los agentes no es fácil, porque están ocultas al ámbito público o responden a necesidades más sofisticadas. Para ello vamos a diferenciar entre “necesidades primarias” que se corresponden por ejemplo con la sed, el hambre, el sexo, etc … y “necesidades secundarias” que son aquellas más sofisticadas que no se corresponden con ninguna necesidad primaria, por ejemplo, el deseo de comprar un coche o cualquier objeto de consumo o artículo de lujo. Aunque esto es solo un ejemplo, para establecer categorías para mejorar nuestro análisis, ya que en la realidad, el ejemplo del coche puede responder a una cadena de necesidades que en primera instancia dimanan de una necesidad primaria. Pero quedémonos de momento con esta distinción entre necesidades primarias y secundarias.
Alienación social y conflicto moral
Las necesidades secundarias, son más complejas y dimanan de una combinación o asociación de necesidades (primarias o secundarias) o son el resultado directo de una cadena de necesidades que pueden tener su origen en una necesidad primaria.
Cómo se producen estas construcciones complejas es algo que tiene una gran relevancia cuando lo analizamos desde un ámbito social. Es decir, que hablando en plural las necesidades secundarias no sólo atañen al individuo o sujeto paciente, sino que forman parte del catálogo de necesidades que determinan el comportamiento más o menos ideal o exitoso dentro de un grupo social.
Recordemos que habíamos definido la moral como la base normativa para la convivencia. Pues bien, es posible separar la parte estrictamente punitiva, de la estrictamente valorativa en estos códigos o reglas morales. Es decir, podemos inferir de aquí los valores asociados que determinan cada cláusula, y que por tanto desembocan en la preferencia por una determinada conducta o comportamiento en el seno del grupo social.
Cuando hablamos de conducta o comportamiento exitosos dentro de una comunidad, podemos hablar de “actos preferentes”, que se derivan de una necesidad secundaria externa al individuo, que puede coincidir o no con las necesidades de un individuo x dentro del grupo, por ejemplo.
Pongamos un ejemplo simple, en un acto social litúrgico, acudir o presentarse sin sombrero es una falta grave dentro de la normatividad o el protocolo moral subyacente. Es decir existe una asociación negativa para la necesidad secundaria de no llevar sombrero.
El problema viene cuando el individuo que pertenece al grupo social, no siente especial afecto por los sombreros, pero si quiere pertenecer a dicho grupo, debe acudir engalanado con un sombrero. Se le está generando de hecho una necesidad artificial, que motivará que realice una conducta o comportamiento (llevar sombrero), contrario a su voluntad o inclinaciones naturales.
Es importante darse cuenta, que aquí sucede algo curioso. El individuo como sujeto paciente debe distanciarse de su inclinación o necesidad secundaria (no llevar sombrero) y cumplir con la imposición de la necesidad secundaria social (moral) produciéndose un “espacio”, una alienación o un acto de volverse contra sí mismo, que a su vez genera un desafecto hacia lo social en ese punto, pero que de existir más fricciones en ese sentido, puede conllevar un malestar del individuo en su propia cultura o sociedad.
El resultado puede variar, pero generalmente se acaba aceptando la imposición, al mismo tiempo que se conserva la tendencia natural que la niega, una determinada resistencia psíquica que disocia al individuo en su propio marco social.
El Alineamiento Social
La cantidad de las necesidades secundarias que determinan los actos, conductas o comportamientos individuales tienen un cierto grado de alineamiento con las necesidades que mayoritariamente condicionan la moral social. Es decir, cuanto más se parezcan nuestras necesidades a las necesidades que demanda la moral social, más integrados nos sentiremos, y sin temor a exagerar podremos considerar un grado de bienestar cercano a la felicidad.
La analogía que se me ocurre, es la del papel de calco. Si queremos encajar en el diagrama moral social a la perfección, debemos emplear un papel de calco, y obtener una copia virtual equivalente al diagrama moral original de la sociedad. Cuanto más se parezcan ambos dibujos mayor será nuestra probabilidad de bienestar, siendo así que una coincidencia de valores absoluta determinaría un estado de felicidad plena.
A este alineamiento entre los valores individuales y los valores morales, lo denominaremos: Alineamiento Social.
Pero qué ocurre cuando este Alineamiento Social es bajo o inexistente, en tal caso, se produce lo que vulgarmente conocemos como conflicto social. Que en sus diversos formatos representará una fuente constante de inestabilidad, de malestar social y de infelicidad. Que llevado al extremo podría desembocar en un proceso de transformación social.
El individuo des-alineado tendrá dos opciones, someterse voluntariamente al predicamento moral o rebelarse contra el status quo. Aunque entre ambas opciones, estará la de comulgar con la moral de forma pública, aunque interiormente, de forma privada, mantener intactas las estructuras mentales que no se alinean, con la consiguiente alienación, como comentamos un poco más arriba. En sentido peyorativo esto se conocerá como un ser hipócrita, cínico o como una forma de vida inauténtica.
La posibilidad de la rebeldía, lo condena a uno directamente al ostracismo. La muerte social, la invisibilidad y el estigma son la carga o el precio a pagar por una conducta de des-alineamiento público. Al menos hasta que no se produzca una transformación social que vuelva a reclamar nuevos valores alineados ahora si, con los del individuo rebelde.
Lo peor será sin duda el sujeto des-alineado que reniega de sus estructuras mentales originales para abrazar el mantra de los predicamentos morales imperantes. Este ir contra sí mismo, el auto-castigo, será un fenómeno de represión psíquica, en el que se acepta la jerarquía social de la moral impuesta como la verdad única. Es lo que yo vengo en llamar un alineamiento forzado o acrítico, que anula cualquier atisbo de autonomía del sujeto.
Obviamente, de aquí se podría extraer una tipología de sujetos en función del grado de Alineamiento Social. De hecho existen muchos matices, o escalas dependiendo del tipo de moral y de las áreas sensibles de fricción o des-alineamiento. En cualquier caso, esto representa un buen comienzo para seguir profundizando en estas cuestiones.