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El señor Omega se levantó, se acercó al panel y se dispuso a hablar con el computador central, de nombre en clave Moly.
Moly señalaba las tareas por desempeñar en una jornada más, en la estación de gravedad cero. En la cara oculta de Titán, la luna rica en elementos clorofílicos donde se alcanzaba el máximo apogeo orbital.
La estación estaba compuesta por dos módulos: el módulo de habitabilidad o recreo, y el módulo operacional o científico. Todo ello supervisado en todo momento por Moly, que dictaba las tareas que le correspondían en cada momento al infatigable Omega.
Este debía regar las muestras extraídas de la superficie, un cúmulo de xenoplantas exóticas que podrían resultar mortales, pero que había que tratar con dulzura. Por ello, estaban en un mini-invernadero sellado herméticamente para que no se dieran fugas de patógenos o alérgenos al interior de la estación.
Omega, después solía prender el succionador doméstico, para quitar las impurezas que siempre acababan adheridas en las repisas y recovecos de la estación, además de entre la abundante muestra de pertrechos, que igualmente había que limpiar y ordenar. Lo cierto es que Omega tenía el interior de la estación como el cuarto de un adolescente. Y tan solo la mano férrea de Moly parecía imponer algo de disciplina en tan caótico panorama.
Pero lo peor llegaba cuando la luz roja se encendía en la estación, indicando el periodo de noche natural de la Tierra. Entonces Moly se autoencendía e interrumpía el sueño de Omega enumerando una por una, las tareas para el día siguiente. Omega en tales casos solía refunfuñar, y trataba de silenciar a Moly apretando el botón de mute, pero esta volvía a activarse por sí sola si aún consideraba que quedaba algo por decir.
Afortunadamente, aquellas discrepancias no iban a más, y ello era así porque Omega había sido entrenado para convivir en un régimen bajo tales circunstancias. Mariuska, su esposa, era oriunda de Siberia, y a pesar de su rudeza y parquedad en palabras, poseía una mirada que imprimía un profundo respeto, y una invitación inequívoca a acatar y obedecer sus designios.
Famosa era la frase de la buena de Mariuska, que solía espetar a los comensales, familia que solía comer en su rústica casa. Dicha frase era un alegato del amor por Omega…”siempre”- decía “ Omega y yo podemos tener alguna discrepancia, pero en ese caso siempre acabamos alcanzando un punto de acuerdo, el punto consiste finalmente en hacer lo que yo digo” Omega observaba embobado las sabias palabras de su mujer, mientras pedía permiso para acercarse el plato de menestra.
Por todo ello, los programadores de Moly, habían decidido emular ese aire siberiano, programando un módulo de convivencia, que le resultara familiar al bueno de Omega. Así, este jamás se sentiría solo y podría desempeñar de ahora en adelante su labor en la estación orbital de Titán como si estuviera en su propia casa.